24 jun 2011

De la huelga general a la huelga social

La huelga general es un mecanismo de reivindicación surgido en el siglo XIX en plena emergencia del capitalismo industrial. Dicho mecanismo se insertaba de lleno en la relación antagónica capital-trabajo, y seguía un axioma muy sencillo: bloquear la producción. La huelga general consistía en detener los factores de producción durante un tiempo determinado evitando así la reproducción del capital y la extracción de beneficios.

Si hablo en pasado no es porque en el presente hayan dejado de existir las huelgas generales sino porque es evidente que si la estructura productiva ha cambiado por completo –lo que de forma reducida se ha llamado el paso del fordismo al postfordismo- entonces debemos preguntarnos qué papel toman las huelgas generales en la sociedad postindustrial y como podemos inventar nuevas formas de sabotaje del beneficio capitalista.

Debemos partir de una premisa clave: una huelga general en el postfordismo no detiene la producción. Podemos decir que aunque llegara una hipotética jornada de huelga general en la que patronal y sindicatos estuviesen de acuerdo en que ‘NADIE ha ido a trabajar’, entonces la producción aún continuaría en boga durante esta jornada. Sería absurdo afirmar que la gente, por no ir a trabajar, deja de comunicarse, de intercambiar y generar información y conocimiento, de moverse y utilizar la red, de reproducirse, afectarse y cuidarse, de producir saberes, de crear e innovar. Más bien podemos afirmar que las jornadas de huelga y movilización social son momentos destacados de explosión creativa, comunicativa y afectiva. No hace falta recordar los procesos de innovación tecnológica y productiva que el capitalismo desarrolló tras el ciclo de antagonismo de los años 60 y 70, o la apropiación de la contracultura por parte de la industria de la moda.

Los factores de producción ya no son las máquinas técnicas y la fuerza física –aplicables en un tiempo y espacio determinados-, sino la red, la comunicación, la cultura, la información, los cuidados, y todos los esponjosos procesos de cooperación social que los mantienen vivos siempre más allá de la estricta ‘jornada laboral’ y del cerrado ‘espacio de trabajo’. Por lo tanto podemos decir que una huelga general en una estructura productiva socializada no detiene la producción sino solamente la captura y valorización de esta producción durante un período de tiempo determinado.

Por otro lado una estructura productiva cada vez más socializada indica que hay una multiplicidad de sujetos productores de riqueza que no pueden ejercer su derecho a huelga –no solamente por cuestiones de coacción patronal o salarial sino porque legalmente no son titulares de este o materialmente no pueden ejercerlo-; como los trabajadores autónomos, los productores culturales y creativos, las trabajadoras domésticas, los jubilados, los parados, los estudiantes, los becarios, los que tienen contratos temporales discontinuos o por obra y servicio, los hipotecados y endeudados, los migrantes, etc. En definitiva, y tendencialmente, la gran mayoría de los sujetos productivos. En la hegemonía del trabajo asalariado bastaba con que los trabajadores decidieran no asistir a la fábrica. Pero ¿cómo pueden ejercer su derecho a huelga la multitud de sujetos anómalos, precarios, atomizados y flexibles que forman el tejido productivo de la economía postindustrial? Si antes ‘hacer huelga’ podía asimilarse a ‘no ir a trabajar’, hoy esta relación ya no es suficiente. En el postfordismo ‘hacer huelga’ tiene que significar necesariamente bloquear la movilidad, la comunicación, las transacciones. Es necesario inventar nuevas prácticas de sabotaje y reapropiación -a parte del ya clásico parón en los lugares de trabajo: ataques DDOS a webs de grandes empresas, bloqueo de carreteras y gasolineras, piquetes urbanos en las calles, las empresas, bancos y grandes superficies comperciales, parálisis de las metrópolis, impago de la deuda, huelga de consumo y alquiler, colarse en los transportes públicos, parar desahucios y redadas a migrantes. Todas estas son prácticas a la altura de las transformaciones productivas actuales, a la altura de las transformaciones de la actual composición de clase.

Una huelga en una economía terciarizada supone el bloqueo inmediato de la red productiva puesto que implica una detención de los flujos. Antes paraba una fábrica y la del lado podía continuar funcionando sin problemas, pero una detención de los servicios y los flujos implica un bloqueo inmediato de la movilidad, la distribución y la comunicación: una afectación a otros nodos de la red productiva social.

Tenemos experiencias recientes de estos acontecimientos como fue la huelga de los trabajadores del metro en Madrid el Julio del 2010, que bloqueó la estructura productiva metropolitana mediante la interrupción de la movilidad –no solo pararon los trenes sino que esto causó importantes atascos de tránsito en la superficie que supusieron un bloqueo de la producción en su conjunto. Tenemos también en las manos el caso de Francia, donde se producieron grandes movilizaciones en todo el país a raíz de la reforma de las pensiones que pretendía introducir el gobierno de Sarkozy. Sindicatos y manifestantes –gran parte de ellos alumnos de instituto- optaron por detener la distribución de combustible bloqueando las refinerías y los camiones de distribución de carburante. Esto supuso el estancamiento de la movilidad en todo el país y por ende también de la venta de mercancías –puesto que desaparece tendencialmente el stock.

Empezar a hablar de huelga social, biopolítica o metropolitana implica poner en jaque todas las determinaciones productivas sociales. Significa impedir la circulación de los flujos que se desplazan de nodo en nodo de la red productiva: flujos comunicativos, transportes, información, etc. Una huelga social –por elegir uno de los tres adjetivos anteriormente citados- no puede durar sólo un día. Bloquear los flujos, detener la red, requiere tiempo, quizás días o semanas. La huelga social tampoco puede encerrarse en el marco del Estado-nación, pues la producción se ha globalizado y el bloqueo también tiene que ser transnacional y abarcar -como mínimo- varios paises y macrorregiones. Sin embargo, y aquí emerge la paradoja, la multitud debe mantener los suficientes flujos abiertos como para poder desarrollar con plenitud los conflictos. Las protestas necesitan comunicación, movilidad y sustento material para organizarse, reproducirse y mantenerse vivas. Un bloqueo completo de la movilidad y la comunicación –una hipótesis imposible- llevaría al fin de la huelga en sí misma. Identificar los flujos necesarios que han de mantenerse abiertos y bloquear de forma inteligente los otros es el gran reto de las nuevas huelgas sociales, las huelgas que la nuevas luchas de clase tendrán que inventar y experimentar.

1 comentario:

  1. La estructura está preparada para una huelga general.NO tiene sentido intentar hacer una H.G.porque son cosas del siglo pasado.Hay que empezar a actuar sin salir a la calle,sin ser visibles,sin que nos puedan reprimir.
    @indeformable

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